martes, 12 de noviembre de 2013

A salto de línea 


Jeremías Marquines: piedras, ruidos y mente 


Por Braulio Peralta

Desde Paterson, de William Carlos Williams —traducido a conciencia por el poeta Hugo García Manríquez—, hacía años que no leía otro libro de poesía de más de 500 páginas, hasta que llegó Obra Poética (1996–2012), de Jeremías Marquines, desde los confines de Tabasco. Lectura enfebrecida en torno a la naturaleza y esa mente del hombre, creadora de infiernos. Aunque la obra de Jeremías Marquines no es un poema extenso como Paterson sino el súmmum de libros que refleja las obsesiones en torno al pensamiento —no en balde es filósofo—, donde las palabras no son siempre las que dicta el diccionario. Palabras como preguntas. Lenguaje como vértigo. La historia como un minarete, de la biblia judía al réquiem donde la muerte es soledosa, donde la vida es poesía sin soles, lunas de un lenguaje moderno o antiguo donde se devoran las almas. Atmosferocéfalos (el poeta, ese inventor de palabras), que alientan a vivir sin definiciones preclasificadas, que atraviesa los sueños del sonámbulo con destino irremediable a donde todos vamos a parar: el Gólgota. Y la resurrección de un pensamiento libre: Jeremías Marquines no es que escriba de la tragedia del hombre y sus vicios—no vive en una cárcel de prejuicios sino en el lenguaje como redención. El poeta que niega las definiciones per se, donde no hay obra escrita que sea asunto de una persona o escritor: “a donde yo soy tú somos nosotros”. Yo soy Malcom Lowry y pasé por Acapulco para tomarme una cerveza aunque el resto del mundo continué en sombras… Soy Richard Dadd, el pintor parricida y demente que pintó The Frairy–Feller’s Mastertroke y terminó en el manicomio de Bethem: el pretexto de un poema largo para entender a Shakespeare y su reina Mab… Soy Alkabici, astrónomo y alquimista árabe que estudió el vuelo de los petirrojos… Soy José Gorostiza y, como el agua, no huyo de la sed… Soy Jeremías Marquines y tengo la capacidad de inventarme en los otros para ser yo y el universo… Soy ese niño que no me deja en paz. Las palabras que estallan, que se transfiguran, que resignifican historias de hombres y mujeres que son vidas paralelas. El microcosmos del macrocosmos del que estamos hechos. Un consorcio bíblico donde acudimos al deshuesadero. Un tratado que quema de tristeza. Obra Poética, de Jeremías Marquines como un poema río de melancolía y desamparo, de conciencia estéril sobre el futuro, de inconsciencia sobre la naturaleza y sus peligros, de esa calamidad insomne que es el sexo, esa yuca cocida en el agujero de la tierra: esas palabras que abren y cierran mundos. Y otra vez: volver a empezar. La eternidad como un presagio. La muerte como un ritual. Las mañanas como un cadáver en resaca. Antiguo o moderno, Jeremías Marquines no debería pasar desapercibido por los críticos literarios (lo mío es un texto de lector), ni de aquellos que buscan en la poesía su propio yo. Un poeta con filosofía sin palabras huecas en 10 libros. Una obra completa con apenas 45 años

jueves, 27 de junio de 2013

Comentario

Jorge Munguía Espitia 7 de mayo de 2012 Libros MÉXICO, D.F. (Proceso).- El Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2012 se concedió a Jeremías Marquines por Acapulco Golden (Ed. Era-INBA-Instituto Cultural de Aguascalientes; México, 2012, 80 p.). El tema es la visita que Malcolm Lowry hizo al puerto de Acapulco en 1936, los contactos que estableció y el impacto en su sensibilidad. Para abordarlo, Marquines recurre a la intoxicada reflexión del inglés, el diario de su visita y otras voces alteradas que hablan de la estancia. Las variadas perspectivas permiten mostrar cómo el dolor, la soledad, la frustración, el desencanto… llevaron a Lowry al exceso, para superar la mediocridad del entorno y acceder a una existencia intensa. El resultado obtenido por Marquina es destacado, al combinar el poema con la narración poética, que permite captar la intensidad psíquica de Lowry y la sordidez del medio.

Acapulco golden

Yo me llamo Malcolm. Es la primera vez que escucho mi nombre como si alguien me llamara. Tal vez voy a morir pronto. Tengo manos inservibles, nunca han servido para matar, aunque lo he deseado. Aún soy un crío que monta la cadera de mi madre lleno de terror. Me inclino sobre el agua con una vela encendida. Interrogo a mi padre que baila en el fulgor de las piras. Sus mejillas son muy suaves, su voz es esa playa donde me quedé esperándolo. Yo soy Malcolm, le digo. Tengo la cabeza envuelta en trapos, la sensación de que nadie me mira. Soy tu saliva con polvo negro, la caricia de tus dedos. Busco encima del humo mundos olvidados. Vestigios de una chispa que brilló por instantes. Yo soy Malcolm, he aprendido a moverme como un salvaje dentro de mis vísceras. Soy esa planta trepadora que agrieta las ruinas, el momento de ilusión delante de las puertas. Miro la vida en el blanco de tus ojos como un cajón de juegos indefensos. Allá están las tachaduras en la pared, las calaveritas de dulce que me recuerdan la conciencia. La ropa que medita en los tendederos, las piedras que lastiman los pies. Ven conmigo, baja aquí conmigo. No hagas ruido, las mujeres de la casa duermen. El mundo esquiva nuestros pasos. Ven, cruza los horarios de la puerta. Yo soy Malcolm, ¿tú, quién eres?